jueves, 28 de abril de 2011

El cuadro.


Cuando algo nace de tí, nunca viene solo. Y como aquel que dijo que cada niño que nace, trae un pan bajo el brazo, cada obra que surge, trae sus reflejos, que son lo mismo pero en diferente idioma. 

Queridos todos, os invito a un cuadro, y a un cuento:



Al principio sólo había un cuadro.
Un cuadro sobre el espacio.
La representación de un aula vacía.
Una imagen fría y estática.

Entonces alguien asomó su cabeza.

-¡Uy!, Disculpe señor espectador, no pretendía interrumpir la contemplación de tan exquisita obra.

El personaje en cuestión semejaba un mujercilla con botas y vestido azul. Lo extraño, aparte de lo obvio del suceso, es que no siendo por el vestido, toda ella mostraba un extraño color blanco con borde rotulado en negro. Parecía un personaje escapado de un cómic, y por circunstancias espacio dimensionales que ni el mismo Carl Sagan sería capaz de explicar, acababa de recaer justo frente a mí. Justo dentro del cuadro que estaba observando.




La mujercilla un tanto perdida, salió de su agujero. Corrió hacia un lado del cuadro, sacudió su vestido, y echó a correr de nuevo hacia el lado contrario. Mientras corría, justamente antes de trepar por la pared del fondo y desaparecer por un agujero en el techo, me miró. Y sonrió.

Extrañamente, como extraño fue todo este fenómeno que todavía hoy me es imposible explicar, la mujercilla fue dejando tras ella, un halo de su fugaz presencia. Y todos esos instantes en los que yo reparé, quedaron gravados sobre el lienzo que contemplaba. “¿Qué ha pasado?” dije sacudiendo mi cabeza , “¿Estaré trabajando demasiado?”.

Aún todavía hoy me pregunto si el primer lienzo que yo ví, el de la habitación llena de su vacío, existió realmente algún día.